El mundo es un pañuelo y está lleno de mocos

El pasado domingo jugué el II Torneo Ciudad de Madrid que se disputó en el Club de Golf Los Moriscos en Motril (Granada).

Era la segunda vez que jugaba en este campo y aunque, evidentemente, sé cómo es el clima tropical de la zona, todavía me sorprendió la manera en la que estaba sudando con solo dos hoyos jugados y siendo poco más de las 9:30h de la mañana.

La salida fue a tiro, con buen criterio, y yo salía por el hoyo 10. A título anecdótico diré que el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, salía por el hoyo 1. Y que en mi partida jugaban un padre con su hijo de ocho años y subcampeón de España de su categoría.

El campo estaba muy bien, salvo los bunkers que no sabías qué te ibas a encontrar. Unos normales, pero la mayoría muy duros y con poca arena, lo que los hacía impracticables. Y por otro lado estaba el rough que es de un tipo de hierba muy común por la zona, pero que en Madrid no se ve.

Como decía, yo salía por el hoyo 10 (par 4) y no pude empezar de mejor manera que con un par y cuatro puntos en mi tarjeta.

Otra peculiaridad del campo es que se encuentra rodeado de viviendas en altura, chalets individuales y hasta un hotel que hay que atravesar para acceder al hoyo 4. Esta peculiar característica tiene algunos inconvenientes, como por ejemplo lo que me pasó en el hoyo 11: empezó a sonar un teléfono en una vivienda cuando me preparaba para dar el golpe de salida. Esperé un poco hasta que dejó de sonar, pero el golpe fue desastroso. Para colmo, caí en un bunker con el tercer golpe y, al final, solo pude sacar un doble-bogey.

En el hoyo 12 (par 3 muy estrecho) hice una gran salida, probablemente por no conocer el campo y, por tanto, no estar supeditado psicológicamente a los peligros del mismo. Por desgracia, la bola me hizo una corbata en mi tercer golpe y es uno de los puntos perdidos que luego recordé y que me impidió sacar un resultado todavía mejor.

En los hoyos 13 (par 5) y 14 (par 3) me pasó de todo. En el primero, hice un mal segundo golpe y caí en un bunker que hay delante del green. Este tocaba de los que están en mal estado y la bola salió despedida al obstáculo de agua que hay detrás del green. 

El segundo es un hoyo en isla precioso, pero mi pánico al agua hizo que el primer golpe fuera horrible y apenas moviese la bola unos 40 metros. Con el segundo golpe boté la bola al borde del green, pero se fue rodando y no paró hasta caer al agua. Y con el cuarto golpe (incluyendo la penalidad) volví a tirar la bola al agua desde el área de dropaje.

El saldo final de esos dos hoyos fue de un punto en mi tarjeta y tres bolas perdidas. Lo mejor de todo es que la siguiente bola que empecé a utilizar me duró el resto del campeonato.

Me recuperé bastante bien del desastre con dos bogeys seguidos en los hoyos 15 y 16. En el primero, gracias a un buen putt de unos tres metros y en el segundo, siendo muy conservador y tirando la bola a la izquierda del agua, para terminar con approach y dos putts.

La segunda y última raya en mi tarjeta llegó en el hoyo 17, en el que levanté la bola tras una penalidad y varios golpes contra los árboles que hay por la izquierda de la calle. En ese momento y con tan solo ocho hoyos jugados, pensaba que me iba a dar un bajón de rendimiento por el calor y la forma de sudar.

Las salidas desde el tee cada vez eran más cortas y más cortadas, aunque en general iban a la calle o cerca de la calle por la derecha. Los segundos golpes también se me iban quedando más cortos, pero solían ir rectos, lo que me permitió sacar dos nuevos bogeys en los hoyos 18 y 1.

En el hoyo 2 (par 3) tuve la suerte que me falta otras muchas veces y salvé el bunker que hay entre el frente y la derecha del green, por apenas un metro. Con un approach y un putt, conseguí mi segundo par del día.

El tercer par llegó inmediatamente en el hoyo 3 (otro par 3) casi de la misma forma: una salida un poquito corta y approach y putt.

Para llegar al hoyo 4 hay que atravesar el hotel y ver cómo disfrutan los clientes de la piscina y la playa, mientras los jugadores seguíamos sudando y sufriendo más que pasándolo bien. En este hoyo se me atragantó el tercer golpe y solo pude acabar con doble-bogey gracias a que emboqué un putt que no estaba hecho ni mucho menos.

El calor me estaba llevando al límite pero, a pesar de dar algunos golpes malos, especialmente desde la salida, conseguía compensarlos con otros buenos. Y como el campo no es demasiado largo me permitía sacar resultados decentes como el bogey del hoyo 5 o el par del hoyo 6, que hice como dice la teoría que hay que hacer: llegar de dos golpes a green y dos putts.

Justo en ese hoyo 6 empezó a correr una leve brisa que duró lo que tardamos en jugar tres de los cuatro hoyos que nos quedaban y que hizo que me recuperase un poco físicamente y así acabar el torneo con otros dos bogeys y un doble-bogey en el hoyo 9. El bogey del hoyo 8 fue el otro junto al del hoyo 12, que me impidió sacar un gran resultado pues fallé un putt de par de poco más de un metro.

Mi resultado final fue de 36 puntos stableford (que podían haber sido fácilmente 38), lo que me ha supuesto una nueva bajada de hándicap hasta 21,7.

Como dije al principio el alcalde de Madrid estuvo jugando el torneo y fue el encargado de entregar los premios a los ganadores. Y fue durante este acto donde se dieron una serie de casualidades que me parecen increíbles.

Resulta que el niño que jugó en mi partida con su padre forma parte del equipo de la Federación Madrileña de Golf y entrena en la escuela de la federación que es el campo en el que doy clases.

Pero lo más alucinante es que su padre y yo trabajamos en la misma compañía en Madrid y a través del trabajo, él conoce a un amigo mío de la infancia. Casualidades absolutamente improbables en Madrid. 

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